domingo, 30 de noviembre de 2014

LIBERALISMO INEXORABLE RESPUESTA




CONSECUENCIAS DE LA POBREZA SOCIOECONOMICA MUNDIAL

  Hay pobreza psicológica, espiritual y cultural en todo el mundo. Estas son las causas de la violencia, la inseguridad y de un malestar insostenible. Cada país, las familias y cada habitante, los sufre inexorablemente. Ello es así, tanto para pobres como para pudientes. Las relaciones a nivel social, laboral, religioso, económico, técnico etc., se hacen cada vez más alienadas. Hay confusión, conflicto, intolerancia, caos y terrorismo intestino e internacional. Todo ello puede compararse a un campo de batalla bombardeado, donde se hace muy difícil encontrar un refugio. La vida pierde sentido y la gente trata de unirse en entidades y organizaciones, en nombre de la ley, clases socioeconómicas la sangre, la fe, o la geografía. Pero esto nos desune antagónicamente. Así abundamos en nuestros males, creando más conflicto y confusión. La paz se aleja fraccionándonos. Se han degenerado los valores. La ley, como la justicia, el orden y las cárceles, muchas veces resultan caros, injustos, corruptos y bastardean sus causas y su razón de ser. Los sometimientos y represiones se aplican a los más débiles, como si los mandos, grupos de poder o presión, fueran entidades divinas.
       Si no vemos las causas de tan grave situación, seguiremos a los tumbos. De nada valdrán más leyes o policías, mientras las cárceles sólo sirvan como fábricas o industrias de más delincuentes y críminales. Al contrario, es necesario deshacerse de la megalomanía leguleya que nos aqueja y quiere hacernos ver que sólo hay malos y buenos. La perversión quiere así sostener una tiranía sistemática, que por suerte, es a todas luces anacrónica. Este esquema, inevitablemente ha instaurado el infierno como una realidad que no advierte en reparos ni enmiendas. Los políticos han perdido la razón, parecen practicar la magia negra y carecen de capacidad científica y tecnológica para responder al reto actual. Pero no se trata de responsabilizar solamente a quien o quienes mandan, sino a todos los individuos, porque todos y en cada instante de la cotidianeidad, estamos gestando esta catástrofe. Observemos que los mandos, así surjan de la violencia y de la corrupción, resultan ser representativos. O cuando menos, consentidos, apañados, encubiertos, tolerados, o lo que es peor elegidos por las mayorías. Si supusiéramos como ficción, un gobierno constituido por genios, éstos igual fallarían por la falta de correspondencia de sus gobernados. Es mi convencimiento que los extremados desequilibrios del mundo actual, son psicológicos. Esto se torna negativo; aún más para los ricos que para los pobres.
     Recordemos que, por principios económicos, cuánto más posibilidades tienen los de abajo, más posibilidades tienen los de arriba y por principios de orden y seguridad pública, cuando marginamos a amplios sectores de la población, también los sectores de arriba se vuelven vulnerables, indefensos e impotentes. Es por ello que aquí propongo empezar desde abajo; porque en la vulnerabilidad se gestan la inseguridad y los factores que restringen el bienestar público y cuando los marginados agotan sus instancias y ven en riesgo su supervivencia, suelen apelar en su defensa a la violencia inevitable. Lo hacen aquellos cuya moral se halla anestesiada por la desesperación. ¿Es moralmente aceptable que un careciente deje morir de hambre o por enfermedad a sus hijos por no poderlos alimentar o curar?. ¿Es moral delinquir como única respuesta posible a esta situación?. Los países hacen la guerra cuando, frente a una provocación grave, ésta es inevitable. No pretendo hacer aquí una apología de la violencia, pero ¿no es el hambre y la miseria una grave provocación que le hacen los gobiernos y toda la sociedad a los marginados?. Es evidente que alguna solución hay que encontrar para resolver esta problemática. Esa desesperación es una gravísima enfermedad social. Para dar una respuesta a estas situaciones, es fundamental una libertad real para trabajar. Ésta es la base para lograr un bienestar general sin eufemismos ni mentiras. El verdadero estado y gobierno, existe y ha existido siempre; sus mandos son y fueron siempre funcionales. Pero muchos países deben soportar algunas mal llamadas democracias, que han creado una verborrea mentirosa, una ilusión falaz, a la vez que un obstáculo y una superposición innecesaria al trabajo creativo y productivo del hombre. Estas pseudo democracias, han incorporado en gran medida, la corrupción, la trampa, la violencia y el delito y han servido, sólo para substituir la realidad por mentiras proselitistas. Estos son temas troncales y axiomáticos del estado, que trataré puntualmente en el título: «El Trabajo como Gobierno Natural de los Pueblos»
      Un mundo insospechado de felicidad nos deparan las ciencias. Agradezcamos que así sea, usándolas y divulgándolas. El cambio del mundo contemporáneo depende de ello. Millones de años han pasado y millones de hombres humildes han observado con devoción la realidad de los hechos. Esos hombres, con abnegación y vehemencia, nos han legado las ciencias, que son una visión inmaculada de un futuro venturoso. Es de las ciencias que devienen y devendrán las tecnologías, que, aplicadas con el debido sentido de la utilidad, nos dan y darán cada día un mayor bienestar. Vivimos en este mundo, como si lo visualizáramos sólo por las conveniencias de autosatisfacción mezquina. En lo personal y en lo público, los pseudo buenos propósitos, muchas veces son sólo mentiras psicológicas que substituyen la verdad. Nos interesa más el tener, el parecer, el decir y el poder, que sentir y actuar con autenticidad. Nos subyuga cambiar a los otros y no reparamos o advertimos lo más íntimo de nuestro ser individual; y cuando nos damos cuenta de esta maldad, lejos de admitirla, la negamos, justificamos o racionalizamos con más mentiras. Pero los hechos no admiten explicaciones ni mentiras. Tampoco pueden discutirse como el derecho, las ideas o los propósitos. Los hechos son limpia y absolutamente como se dan. Todo puede estar sujeto a dialécticas interminables menos los hechos, que son nuestra acción concreta y real. Si queremos cambiar radicalmente el mundo, debemos observar nuestros actos como hechos; y más allá de que ellos sean a nuestro juicio, buenos o malos, debemos vivirlos con sentido artístico, científico y real. Es decir, con la mente y el corazón al unísono. Esto evita condicionamientos y ayuda a vivir con autonomía, consciencia, libertad y bienestar tanto psicológico como social. Pero nuestra peor desintegración, la constituye el «racismo humanístico». Anteponemos el género humano al resto de la creación. Esto genera violencia, inseguridad, desorden y refleja soberbia e ignorancia. En los insectos, en las piedras, en las bacterias o en el bosque, hay energías, vida y expresiones tanto o más dignas. Cuando practicamos las ciencias y lo hacemos con devoción hacia ellas, vemos la misma esencia en todas partes. Esto es así porque la verdad o lo real no tiene hijos ni entenados. Todos componemos el mundo y todos estamos en un proceso de colaboración unitario, recíproco e interdependiente, donde la integración, la diversidad y la multiplicidad convergen. Es ínfima y muy parcial la percepción de nuestra evolución a este nivel. Es por ello que menoscabamos nuestro espacio y nuestros propios recursos físicos, humanos y naturales. Ello no sólo provoca una mayor pobreza, sino que nos priva de la belleza y del infinito amor expresado también en lo no humano. Sin este amor, nuestras fuerzas interiores menguan y nos tornamos menos lúcidos. Se hace urgente e imperioso que revisemos nuestros modos industriales, las formas de producir bienes y servicios, generar energía y realizar instalaciones de saneamiento entre muchas otras urgencias a atender. Todo esto se resuelve con estrategias, tecnologías y fundamentaciones científicas que están bastante desarrolladas. Revisar y resolver estas falencias forma parte de la solución de nuestra seguridad y nuestro bienestar e implica un orden y una libertad indispensables.
        Las políticas sociales no pueden quedar restringidas a meros asistencialismos, más cárceles, abogados, médicos, manicomios o más policías y leyes. Ésta es una pobre e insuficiente visión de la realidad y es contraproducente, puesto que con estas políticas, sólo se atenúan las consecuencias sin resolver el problema de fondo. Con más  premios, castigos y penas, producimos resultados que se vuelven contra nosotros como un bumerang. La seguridad, el orden público y el bienestar general, no se encuentran en los tribunales ni en la jurisprudencia; se encuentran bien desarrollados en las ciencias sociales y humanísticas en general y en nuestra conciencia, cuando la misma no se encuentra degenerada en sus valores. Es por esto último, que debemos plantearnos seriamente el trazado de una revolución psicológica. La eficacia con que apliquemos las
diversas ciencias y tecnologías, ya se hallan genialmente planteadas y están en constante evolución. Sólo faltan los intereses y las motivaciones sicológicas atinentes a resolver tanta vejación y desamparo para miles de millones de congéneres. Para esto, las declamaciones están fuera de lugar. Por el contrario, debemos ser silenciosos y humildes por dentro y por fuera, para poder escuchar el mensaje incesante de las ciencias y de nuestras fuerzas afectivas, que nos darán temple, lucidez, eficacia y valor. Actuando así, la mente se hace más creativa. Es como morir y nacer al mismo tiempo con respuestas cada vez más renovadas. Es que la acción, como el amor, no dan tiempo al pensamiento, que siempre es lo viejo y sólo una parte de nuestro ser. El ser total y creativo, surge cuando ve nítidamente la gravedad de la situación y entrega toda la mente y el corazón. Cuando se está en un frente de batalla se debe hincar la espada. En ese caso no hay pruritos ni prebendas. Es la respuesta adecuada al momento y a la situación real. Un buen militar en una guerra o lucha justa, ha de tener como fin fiel y supremo, la paz y la defensa de los suyos. De no ser así, hacer la guerra sería sólo una aberración criminal, y su subordinación será corrupta, cobarde, especulativa y ajena a las funciones de su trabajo. Es decir, debemos tener una respuesta militar a cada reto. Pero para que ésta sea adecuada y completa ha de ser única, sin ser solamente intelectual, verbal o teórica. Esa respuesta es amor, si se puede usar este término tan degradado. Si podemos despojarlo de tanta fealdad, entonces, podremos ver lo que significa. Cuando uno ama realmente, lo hace con todo su ser. Debemos recordar que el amor es algo que ha de captarse, vivirse y sentirse sin división entre lo intelectual, lo físico o lo emocional. Necesitamos educir este amor para lograr los cambios inevitables que estamos necesitando hasta con desesperación en todo el mundo. Si realmente viviéramos en la gracia del amor, nos daríamos cuenta de que hemos hecho de este mundo algo catastrófico, arbitrario, caótico y fuera de todo sentimiento humanitario. Si fuéramos más conscientes de esto, estaríamos ya en la acción directa que sólo el amor puede impulsar con un orden y una libertad inusitados. En el amor, hay entrega total y una acción guiada por una conciencia más extensa que el intelecto o el sistema nervioso. El amor genera una conciencia superior al estado de vigilia y donde está presente el sentido del deber y de un sacrificio que no implica esfuerzos. El amor releva a las leyes de obligaciones externas, en satisfacción de obligaciones interiores. El amor hace gozosos la obligación y el sacrificio. Las leyes del amor no son confusas, no imponen ni prohiben y no pueden ser promulgadas por una autoridad externa.
       En las leyes naturales, como en la ley del amor, no hay cambios de forma ni de fondo por veleidad alguna. Las mismas causas determinan invariablemente los mismos efectos o fenómenos, sin prohibición expresa, sanciones, penas o castigos. Las leyes naturales son peligrosas cuando no las conocemos, pero al conocerlas y comprenderlas, son una bendición. Así también lo son las leyes del amor. Las leyes espirituales y del amor, contienen las potencias no reveladas del hombre y son la máxima promesa psicológica a futuro. El conocimiento, es una ínfima manifestación de nuestra mente. Vemos que hay estados individuales y colectivos de conciencia que trascienden la mente con modos y fenómenos enigmáticos y maravillosos. Se trata de hechos espontáneos, o producidos por inducciones externas en estado de vigilia o de sueño. Se demuestra así que nuestro pensamiento normal es un estado aletargado de la mente. El hipnotismo, por ejemplo, está demostrando en algunos centros de investigación médica, que la mente tiene una conciencia más amplia y con mayor capacidad de juicio. Allí los pacientes tienen vivencias que muestran la existencia de estados libres del tiempo y del espacio. Asimismo, una extraordinaria agudeza atemporal de los sentidos. Es decir, pierden el condicionamiento limitante de las distancias y de las épocas. Puede así la mente, ver enfermedades dentro de los cuerpos y describirlas minuciosamente. Asimismo, sentir olores, sabores o escuchar sonidos e interpretar preguntas desde miles de kilómetros. Son estados que algunos pueden manifestar con suma facilidad y otros no y que distintas ramas de la ciencia psicológica están tratando de aplicar a la salud, como un medio de mejorar los afectos y entre otros propósitos, las relaciones de convivencia. No siempre todo esto está ligado a la espiritualidad. La espiritualidad es la calidez y la gratitud en las relaciones entre seres vivos, cosas o hechos; es una devoción de amor supremo hacia todo y todos indivisiblemente. En dicho amor, se posponen las necesidades propias a las del otro y muy especialmente a las de los desvalidos.
       Son muy importantes nuestras funciones sensoriales, pero no debemos descuidar la espiritualidad, que es el arte psicológico que infiere la perfección de un modo tácito y gratificante a través de la vida de relación. La espiritualidad es también el arte de la atención hacia el otro, el cuidado, el respeto y la amistad hacia todos. Asimismo, es la propensión a la vida espiritual de los demás. Se trata de una conducta recta, sin maledicencias, injurias, ni sospechas infundadas. Son estados que las ciencias investigan química, biológica, social y médicamente, para contribuir al bienestar individual, familiar y público, que en un futuro no tan lejano nos pondrán más allá de los sentidos muy especialmente a través de los nuevas tecnologías que nos proveerán los nanos.
       Las diversas expresiones vertidas hasta aquí, no deben entenderse como propiciatorias de la negación de la ley, la norma o la justicia. Todos sabemos que es necesario contener, prevenir, ordenar y asegurarse contra los excesos y el malvivir. Pero no caben dudas en absoluto, de que se hace imperioso y de urgencia un cambio radical en las esferas policiales, carcelarias, judiciales y en el ejercicio profesional del derecho, las magistraturas y su faz administrativa en general. Para ello, no se pueden descuidar las nuevas inserciones y las trazas geográficas que se van internacionalizando en organizaciones terroristas. Hay una universal anarquía de escuelas, banderas y tendencias divergentes y en proceso de naufragio moral. Mientras tanto, los delirantes y apólogos, aprovechan para vaticinar la redención de la justicia. Nada más demencial. Las guerras bárbaras, púnicas, arábigas, médicas, de independencia, las cruzadas, etc. y las resonantes revoluciones y tantos belicismos de la historia, se han definido y superado. Ninguna de ellas ha ejercido una degradación de la persona humana, como esta indigesta y larga crisis actual. Es que la sociedad, como los pueblos, es la suma de sus personas. Si éstas, como átomos unitarios, se degradan, sólo queda volver al substrato; a su propia esencia. De nada sirven así las reformas o las enmiendas de forma. Éstas sólo reclamarán la reforma de la reforma anterior, indefinida e interminablemente. Es que la verdad no es estática, es dinámica. Sin un cambio de fondo en el substrato psicológico, no saldremos de esta fangosa ciénaga. Aún cuando la sociedad civil se ordenara benéficamente por una rígida disciplina militar o carcelaria, los beneficios producidos, durarán sólo el tiempo que dure su sometimiento. Esto demuestra claramente que una sociedad no es más buena por la fuerza. Si lo fuera, sólo estaríamos en la vigencia de una hipócrita y débil expresión social. Las personas, como los pueblos no son más honrados, solidarios, trabajadores o justos, por el deber, la conveniencia, el miedo, la obediencia o las leyes. Un ejemplo tajante de esto, lo hemos visto y lo vemos en los países socialistas. Sus gobiernos han surgido con supuestos buenos propósitos. Pero los pueblos, como las personas, no son naturalmente doblegados. Una vez liberados del sometimiento, vuelven a sus propias caracterizaciones. Al parecer, todos los regímenes basados en la imposición, sólo logran sofocar las consecuencias y retrasar la evolución natural. El hombre es naturalmente un ser con sentido de la enmienda y la ética. Cuando la morada interna de los individuos se ve sometida, se ocupa de su defensa, olvidándose del ejercicio cuerdo que se encuentra en lo más íntimo de la esencia humana.
       Toda organización social para conformar el estado, debe aprovechar las latentes fuerzas interiores y darles la oportunidad de expresarse. Pero hay manipulación, intereses, grupos, bandas y plutocracia de poder e influencia, a los cuales se debe sustituir. Ellos están en los sindicatos, en los carteles y monopolios, en los medios de comunicación, en las religiones, en las finanzas, en los partidos políticos, etc. Cuando estas organizaciones están manipuladas por ellos, imponen respuestas cruzadas a la seguridad, a la libertad, al orden y bienestar públicos. Ellas están enquistadas en los puntos neurálgicos y estratégicos de la organización social, e inevitablemente, ponen a la vista las consecuencias y no las soluciones. Dicho de otro modo, sus dirigentes no han de dilucidar causas ni proponer soluciones realistas, puesto que si así fuera, quedarían en evidencia sus mentiras y serían despojados de sus mandos. Así por ejemplo, la inseguridad y el desorden son una consecuencia de la falta de bienestar, pero los dirigentes con intereses creados, si bien proclaman el bienestar, no lo propiciarán, porque son malos pero no estúpidos. Si exponen las causas, expondrán sus propias culpas y mentiras. Si implementan soluciones, atentarán contra sus propios privilegios.  Pero se muestran solícitos y diligentes en la solución de las consecuencias. Culpan por las causas de ellas a delincuentes, inadaptados, pobres e incultos que ellos y casi toda la sociedad perversamente generan.
        Las estadísticas, exponen nítidamente que los males tienen más presencia allí donde atentan contra el poder de los intereses económicos y culturales estatuidos. Es el caso de la violencia familiar, el sexo, la manipulación religiosa, la egolatría, la codicia, la difamación etc., que son modos psicológicos de gran raigambre popular y cultural, y tienen consecuencias funestas y obstaculizan el imperio del amor. Jesús, por ser profeta del amor, fue condenado a la crucifixión por el pueblo; por la chusma, no por autoridad o juez. Prueba esto que los mandos son representativos. Mientras la pobreza íntima persista, los mandos la representarán. Si suponemos que Dios existe y con todo su poder y sabiduría, ocupara los mandos y se dejara llevar por las normas de la representatividad, desempeñaría un pésimo gobierno. Si entendemos esto, entenderemos la raíz de todos los problemas. Nuestra cultura y nuestro habitante medio, cuestiona a la policía, los privilegios y el poder. ¿Pero está limpio de esos males íntimos para ser mejor, o sólo le falta la oportunidad para ser peor?. Hay una partitura de invocación a Dios creada por los judíos, también usada por los cristianos: «El Padre Nuestro». Tiene la capacidad de expresar mucho en pocas palabras. Dice entre otras cosas pidiéndole a Dios: «perdona nuestros pecados, líbranos de la tentación y del mal». Concibe a Dios como un ser superior, capaz de perdonar, admite nuestra labilidad y la existencia del mal. Cuanta totalidad inmensurable encierran estas pocas palabras. Ahora nosotros, ¿estamos capacitados para auto perdonarnos y perdonar a los demás?. ¿Admitimos que hay mal en lo más íntimo de nuestro ser?. ¿Estamos capacitados para sentir, pensar y actuar rectamente frente al poder sin corrompernos?. ¿O es que sólo nos está faltando la oportunidad para ser aún peores?. Si cada uno de nosotros no tiene una respuesta positiva a estas preguntas, es que somos culpables de este infierno terrenal. Entonces, deberemos admitir que el desorden, la inseguridad y el malestar general, se acentuarán día a día, si no revisamos nuestra acción psicológicamente. ¿Esto no es lo que en psicología se llama masoquismo colectivo?. Debemos admitir que esto es así y advenir a un sinceramiento con nuestro propio mundo interior, que es básico para cambiar. Sólo lograremos superar nuestras taras, cuando las reconozcamos. Es decir, cuando nos permitamos conocernos por dentro, limpiamente, observándonos en cada acto, en cada instante de nuestra vida. Así lograremos evolucionar y superar las trabas, la mezquindad, la envidia, la codicia y las múltiples mentiras psicológicas. Esta actitud, es una verdadera modalidad científica que permite, en forma objetiva, un análisis dialéctico constante del pensar y sentir en la vida real. Pero siempre nos idealizamos y justificamos. Es decir nos evadimos y tapamos nuestra verdad, con psicologías mentirosas. Si usamos nuestro ser y nuestro vivir, como si se tratara de un laboratorio con su aparatología de indagación científica, y observamos nuestras reacciones, reflejos y condicionamientos, nos equiparemos de un pertrechaje fenomenal para conocernos y conocer a los demás. Y asimismo, comprender el mundo, sus culturas, límites y posibilidades. Si persistimos en este análisis, adviene una conciencia superior, una libertad y una carga energética revolucionaria. Así superaremos las contradicciones, las confusiones, las mentiras psicológicas,  los conflictos y nacerá el sentido artístico. Por lo tanto, ya no sólo estaremos asistidos por el análisis y la actitud científica, si no que también deviene nuestro sentir. Recordemos que arte es expresar lo que se siente y ciencia es ver los hechos tal cual se dan. Cuando repasamos la historia, vemos que el arte siempre se anticipa, como intuyendo los adelantos científicos que vendrán. La vida, en esta convergencia, adquiere una dinámica que podría definirse como un estado de felicidad interior, que no hemos de lograr con fama, dinero o favores. Lo debemos conquistar individualmente, para que, sin proponérnoslo, lo traslademos al bienestar general. Las consecuencias serán una seguridad y un orden público auténticamente soberanos, que podría llamarse cogobierno y autogestión en libertad. Nace así el liberalismo puro, que si bien se frustró y vastardeó, es una colaboración inteligente que vemos en otras dimensiones no humanas de la creación, sólo cuando vamos conociéndonos a nosotros mismos. Es entonces cuando queremos y admitimos a los demás tal cual son y podemos comprenderlos sin manipular su libertad y sin juzgarlos ni rotularlos. De esta manera surge el verdadero amor al unísono con el todo y dejamos de separar, rotular, premiar o castigar. Creo que, como dicen algunos profetas y filósofos y algunas religiones, es así como entramos al «nirvana» de los orientales y nos realizamos completamente, o ganamos el «reino de los cielos» de los cristianos. De lo que sí estoy seguro, es de que son condiciones innatas y preexistentes a la naturaleza humana y sólo debemos liberarlas. Ellas, en la actualidad, están substituidas y adormecidas por una suerte de personajes psicológicos mentirosos y fantasías que la misma mente fue estratificando en falsos árbitros, que la usurpan y nos manipulan haciéndonos creer que eso es lo que somos. Estos personajes psicológicos, en mucho se parecen a los que usurpan el poder en las falsas democracias. Es más, en la naturaleza toda no existe poder, sistema, ni centro de mandos que surjan de una elección regida por la mera cantidad numérica. La física, la biología, la geología, no están ni pueden estar regidas por elecciones. El reino animal, vegetal y mineral, en sus procesos metabólicos de organización y de relación, no se imponen por la cantidad de votos. En nuestras pseudo democracias, falseamos y usurpamos el carácter funcional de nuestra sociedad y lo sustituimos por las mentiras y el ego. Queremos, con ostentaciones de suficiencia y erudición, desnaturalizar los auténticos mandos, de la misma manera en que lo hacen los personajes que usurpan nuestras mentes. Los mandos democráticos nos mentirán que «hacen tal cosa para los niños», «porque todos los niños son buenos y representan el futuro». Se trata de una exposición excusativa e impía, que pretende usar como pretexto la misericordia popular, escondiéndose en asistencialismos corruptos. Pero debo  decir aquí que es mentira que los niños sean buenos por el sólo hecho de ser inofensivas criaturas. Ellos son la continuación genética y cultural de los grandes. Los padres y sus mentiras psicológicas, los encajan en una matriz indestructible que sella toda posibilidad de cambio. Por rígidos principios educativos, disciplinarios, de enunciación, imitación y autoritarismos mentirosos, la cultura vieja perpetúa la violencia, la inseguridad y toda fealdad en los niños. Así también, invocan a los obreros y a los pobres. Es mentira que son más buenos por ser trabajadores o menesterosos. Pero son usados como un instrumento que les permite perpetuar mentiras. Si las democracias no limitaran la libertad para trabajar, no habría razón para que existan los pobres; y entonces, los trabajadores no tendrían de qué ser compadecidos.
       Hay consenso y convencimiento general, en cuanto a que los problemas más acuciantes de la actualidad, se deben a la falta de trabajo y que siendo éste un bien escaso, es imposible hacerlo abundar para todos. ¿Pueden hacerse estas afirmaciones tan alejadas de la verdad?. ¿No está esto indicando que ante semejante problemática socioeconómica mundial, no nos hemos detenido siquiera a investigar sus causas y soluciones?. Evidentemente es una gran mentira que el trabajo sea un bien escaso. Todo lo contrario, el trabajo es el bien más abundante. Lo es tanto, cuanto más necesidades y pobreza hay. Todo lo que consumimos y necesitamos se obtiene con trabajo. Y son tantas las necesidades de muy amplios sectores de la población mundial (como viviendas, vestido, alimentos, medicamentos etc.), que todo es trabajo por hacer. Cuando el hombre cubre sus necesidades básicas, pasa a aspirar a las medias y luego a las suntuarias y siempre seguirá atiborrándose de necesidades, porque esa es su naturaleza. Sólo las podrá satisfacer trabajando el doble, el triple, o cien veces más. Es decir que donde ahora hay un millón de trabajadores, tendremos que poner 2, 3 ó 100 millones. Seguro que para cubrir tantas aspiraciones loables y de codicia del hombre de hoy, toda la población económicamente activa del mundo no alcanzaría. Pero ello no implica que debamos vivir para trabajar, ni que rompamos el equilibrio de nuestras fuerzas sonsamente. Se trata de que lo hagamos estratégicamente y con el apoyo de las ciencias y las tecnologías. Éstas nos permiten producir muchísimo más, en menor tiempo y con menor esfuerzo humano. El pleno empleo, a excepción de en los últimos siglos, ha existido siempre. Antiguamente no solamente existía el pleno empleo sino que se trabajaba de sol a sol sin que con ello se pudiera lograr el bienestar general. Aún cuando debemos reconocer que en los tiempos de la esclavitud, el amo se preocupaba del bienestar de sus esclavos, aunque no a fin de que vivan mejor, sino porque un esclavo mal comido, con mal albergue, mal vestido o enfermo no rendía en su trabajo. Vemos y hemos visto países con pleno empleo, socialistas o no, en los que, sin embargo, el nivel de vida de sus pueblos no es bueno. Esto nos indica que si bien debemos trabajar más, también debemos tratar que el trabajo resulte más grato y productivo para todos. Dicho de otro modo, no sólo debemos aumentar la producción, sino hacerlo con ingente productividad y sin sadomasoquismos. Gran parte de la pobreza moral, material y espiritual, tiene que ver con la falta de libertad para trabajar. Asimismo, con los bajos ingresos y la falta de bienestar en los medios laborales. Para lograr una gran productividad hay que aplicar tecnologías empíricas, científicas y/o aquellas que surgen de las ciencias  humanísticas. Muchas veces, éstas logran también bienestar, productividad porque restan esfuerzos, rompen el tedio y generan autogestión. Las ciencias humanísticas, indirectamente y a veces sin proponérselo, generan una altísima productividad. En algunos casos han llegado a superar los aumentos que producen buenos equipos y maquinarias y en otros casos, a aumentar la productividad de los mejores adelantos en equipos y maquinarias. Se logró así bajar drásticamente las inversiones en bienes de capital con un ámbito laboral gratificante. Hubo casos en que industrias con exiguos medios, pero con buenos pertrechos psicológicos, han logrado calidades y productividades superiores a las de empresas de vanguardia con tecnologías y equipamientos de punta. Estos conceptos son igualmente válidos, tanto para la producción agropecuaria, minera, industrial, a nivel familia y para empresas de todo tamaño. La implantación tecnológica es un tema amplio para este espacio, pero no es complejo ni difícil. Las tecnologías sobre materiales y equipamientos para la alta productividad, son, en general, específicos, y en constante revisión y mejora. Las tecnologías humanísticas son menos puntuales y requieren de ajustes y seguimientos delicados, como lo son todos los vínculos y complementaciones humanas. Por suerte, abundan profesionales de todo nivel y especialidad para estos propósitos.
         El desorden y la inseguridad pública tiene más que ver con las distintas pobrezas psicológicas, que con la necesidad de promulgar más leyes represoras. Para lograr seguridad y orden, primero hay que establecer el bienestar. Esto implica prevenir y evitar las inexorables consecuencias. Estudios y estadísticas de distintas ramas de las Naciones Unidas, explican como se gestan en la marginalidad los ingredientes para el desorden y la inseguridad. Se expone allí que el SIDA infantil, la desnutrición, la incultura y tantos otros males, están generados por toda la sociedad a través de la marginalidad y sus carencias. No deben cargarse todas las culpas a la pobreza socioeconómica, porque ésta es sólo una consecuencia de la pobreza psicológica. En los actuales sistemas pseudo democráticos, toda sociedad elige a sus propios opresores cuando vota; y cuando compra, elige a la dirigencia empresaria (que es muchas veces tanto o más corrupta y dilapidadora de las riquezas delegadas). Ninguna de estas dirigencias, al igual que los sindicatos y religiones, investiga, estudia o ejecuta lo adecuado para evitar las causas de la pobreza en masa. Tan así es que ellos son ajenos al bienestar. Muchos de ellos dicen, falsificando la verdad, ser liberales, mientras todo su accionar sirve para trabar la libertad del trabajo. En todo caso, se tratará sólo del llamado «neoliberalismo». Se olvidan que el auténtico liberalismo no admite adulteraciones. Si fueran realmente liberales se ocuparían de instaurar un mercado de consumidores con mayor capacidad de compra. Sólo así la industria, el campo, los servicios, los cuentapropistas y hasta los marginados pueden desarrollarse. Sólo así los estados y sus dirigentes pueden enriquecerse sin necesidad de mentir, manipular o robar. Para los padres del liberalismo, son la libertad y el consumidor los que priman. Esto es válido para las personas, los países y el mercado interno y externo. Las bases y los principios del auténtico liberalismo, responden al pensamiento más lúcido que hasta ahora se conoce y son válidos para mejorar la justicia, superar la pobreza y operar con libertad y ecuanimidad los objetivos económicos y políticos. Pero hay muchos falsos liberales que operan el trabajo y el consumo con dirigismos. Esto es gravísimo, porque se priva a los pueblos de su libertad y el mercado pierde transparencia, lo cual es mucho más grave cuando se aplican al mercado de los más empobrecidos. La libertad del trabajo debe ser inmaculada. Siempre que se desnaturaliza el liberalismo, se termina en «curanderismos políticos y económicos». Ésta es una magia negra con la que estos políticos y economistas hechiceros, manipulan a la sociedad. Lo más sorprendente, es que los mentirosos que las imponen, son distinguidos profesionales, con masters y postgrados en los países crecidos. Si al menos tuvieran sentido común, enmendarían sus «rituales» y dejarían de provocar tantos perjuicios. Queda demostrado así, que la actual educación, a nivel mundial, aplica una ideología que miente para crear privilegios. De esta manera sólo sirve al antiliberalismo y a los grupos de poder económico a través de los monopolios. Esto hace que la mayoría de los países no sean soberanos. Están sometidos y dominados por las ambiciones del poder y del tener. Estas dos aspiraciones son las que hacen perder las condiciones que requiere el bienestar general de la sociedad. El tener, como el poder, son alienantes cuando se los busca y se los conserva como fin único y excluyente. La persecución del
tener y del poder, por si solos, aumenta las divisiones y alienta el crimen, la mentira y la violencia entre las clases sociales.
        No he visto manuales o ensayos que traten la economía que ha de hacer ricos a los pobres. En cambio, las librerías están llenas de literatura económica para los plutócratas. Cualquier analfabeto con sentido común nos dirá que la economía para extirpar la pobreza es lo prioritario para hacer más ricos a los pobres. Tal vez incluso sepa ese analfabeto, que hacer esto implicará seguramente, beneficiar más a los opulentos que a los menesterosos. El bienestar público debe ser, indiferenciadamente, para todos. El desarrollo socioeconómico y cultural, para que sea sostenible en el tiempo, debe empezar desde los sectores más pobres de la sociedad. Es decir, desde abajo. Sólo así será moralmente aceptable fomentar las condenas más aleccionadoras al malvivir y sólo así una justicia más severa tendrá su razón de ser. El actual asistencialismo social ha perdido su razón de ser original y está perdiendo sus valores sociales. Asimismo, ha perdido su carácter eventual y sirve para recrear la corrupción y el robo. Grandes sectores de la población empobrecida están perdiendo su dignidad y la cultura del trabajo. Las instituciones internacionales de ayuda, han creado un ejército de agencias y consultorías, que llegan a gastar más de la mitad de los capitales antes de que estos lleguen a los damnificados. Así el asistencialismo se recrea entre las burocracias intestinas y externas, para que entre los robos, las coimas y los negociados, se diluyan presupuestos y partidas. Mientras tanto, la pobreza extrema aumenta, generando desmanes, violencia, desbandes, inseguridad y desorden. Por otra parte, es un concepto universal que cuanto más pobre es un país, más le cuesta y menos puede hacer asistencia social. Así también es válido observar que cuando menos se trabaja, más bajos son los salarios y peores son las condiciones laborales. Cuando más pobreza socioeconómica existe, el único modo de extraerla de raíz y para siempre, es libertar el trabajo y aprovechar todos los recursos físicos disponibles. Esta es la ley fundamental e infalible para generar abundancia y bienestar. En toda la historia no se ha puesto en práctica esta libertad. El trabajo está y estuvo siempre sujeto a condicionamientos estructurales, rígidos y antinaturales. Si se establece la libertad para trabajar, se podrán superar los beneficios del mejor de los adelantos que la humanidad haya conquistado. Esta simple verdad puede librarnos de la miseria, de los humillantes asistencialismos y crear una abundante sinergia, funcional y psicológica, para una sociedad y un mundo por completo diferentes, donde la seguridad y el orden sean su consecuencia natural.
        Actualmente, los dos tercios de la población mundial son socioeconómicamente pobres. Esto lleva a la insatisfacción de aspiraciones macroeconómicas, sociales y psicológicas puesto que esas grandes mayorías, no sólo no contribuyen a la riqueza general sino que son cargas y gravámenes. Por el contrario, vencer el pauperismo liberando el trabajo, implica volcar esa gran fuerza a producir riqueza y bienestar general. Si por un lado esa fuerza es, según estadísticas, mayor a la mitad de las fuerzas productivas actuales, incorporarla a la producción implicaría duplicar en poco tiempo el PIB de un país; y más aún, si por otro lado, se reduce a casi cero el asistencialismo indigno. Si agregamos ingredientes de productividad a los resultados anteriores, el aumento del PIB podrá ser exponencial. Para que así sea, debo recordar que el capitalismo sin sentido de lo social, no es liberal, es neoliberal y se disfraza de liberal con múltiples denominaciones y psicologías mentirosas.
        Están quedando sin resolver, temas que están más allá de la libertad o el liberalismo. La inseguridad, la violencia y el desorden, no necesariamente son productos exclusivos de la pobreza socioeconómica. Hay una pluralidad de otros tipos de pobreza que se manifiestan en todos los acerbos culturales, sociales y económicos de la humanidad. La inmoralidad, lábil a la tentación frente a las circunstancias de la vida, sus necesidades y vicios, aparece en la historia recurrentemente en todas las clases sociales. Hay violencia entre sexos y edades. Abunda el mal trato hacia mujeres, ancianos, niños y enfermos. Todo esto también ocurre en medios económicamente acomodados y que la sociedad supone cultos. Generalmente los poderosos saben esconder su intimidad y sus neurosis flageladoras con geniales y creíbles mentiras. Así vemos que en la actualidad, hay líderes, empresarios, políticos y funcionarios aberrantes, morbosos y cruelmente codiciosos. No son todos así, es justo que lo acote, pero deben ser más de los que salen a la luz, puesto que sus altas posiciones e influencia los encubren sistemáticamente. No se trata necesariamente de personas de abolengo. También ocurre con los nuevos ricos que han ganado su dinero como producto del seudo arte, los negocios, el deporte, o con los trepadores políticos, sindicalistas, profesionales, estafadores etc.. Estos nuevos ricos suelen provenir de orígenes extremadamente humildes. Casi todos, invariablemente, olvidan a los de su condición. Rápidamente ostentan privilegios inmorales y los usan para cubrir morbos personales y antisociales. Estos comentarios no pretenden ser contestatarios. Simplemente lo que quiero advertir, es que en el ánimo de plantear modos de extraer la peor vergüenza que azota al mundo (la pobreza socioeconómica y psicológica), quizás olvidé estas pobrezas morales y culturales, y cuando éstas se manifiestan en los que mandan y educan, son un mal ejemplo, una mentira y una justificación para el desorden y la inseguridad pública. Nuestra actual cultura y nuestra psicología, podrían representarse teatralmente con tres personajes: la mujer, el marido y sus hijos, que representan al pueblo. La mujer es educadora y madre. Como educadora los deforma y como madre los hace corruptos y miedosos. Entre los múltiples argumentos de la obra teatral, escucharíamos decir: Hijos míos, «si hacen lo que les digo, les compro un chocolate» (corrupción); o, «si no hacen lo que les digo, van a ver lo que les pasará cuando venga papá» (miedo). Papá es el orden y el castigo; el poder establecido. Es decir, él no educa ni sobreprotege. Se autoprotege haciendo lo que más le conviene y simula con consejos y sometimiento, ser un buen padre del pueblo. Nuestra actual educación, confunde positivismo normativo, indicativo y disciplinario, con la insoslayable necesidad de una formación capaz de vivir crítica y creativamente en sociedad. Ello anula toda posibilidad soberana y desordena el orden natural del pensamiento, del sentimiento y de la acción. Así, nuestros comportamientos no son propios. No sabemos a quien pertenecen. Tampoco en qué medida somos instrumentos útiles a nuestros enemigos. Surge así la confusión y no sabemos cuál debe ser nuestra conducta de vida; ya sea íntima, familiar o social. Hay una permanente contradicción entre pensar, sentir y hacer. Esto es un desorden de conducta. El orden mental, que no es sólo intelectual, emana de nosotros mismos cuando integramos la mente con el corazón.. Esto es posible cuando aprendemos a vivir la vida como una totalidad. Para ello es fundamental ayudar a los educandos a conocerse y analizar su vida y conducta cotidiana. No se trata de incorporar más valores. Se trata de que el educando conozca los que tiene y se le ayude a comprender por qué los tiene y si su conducta y aspiraciones coinciden con ellos. Asimismo, si sus valores se expresan franca y sinceramente en su vida de relación, o si por el contrario, se ocultan con simulaciones y explicaciones excusativas. Esto implica conocernos, esclarecer lo que somos y comprenderlo de un modo científico. Es decir, observar humildemente los hechos, como lo hacen todas las ciencias. Así veríamos que también la educación puede contribuir de un modo lúcido y no autoritario, al orden en libertad, al bienestar, y a la seguridad. Las ciencias devienen del amor por la verdad y derrotan toda superstición. No siempre son la verdad eterna, por el contrario están en constante perfeccionamiento. Es por eso que, más importante que ser científico, es vivir científicamente. Es por eso también, que debemos ver más objetivamente la rígida estructura que sostiene el malestar, la pobreza, el desorden y la inseguridad. Todo esto inevitablemente, genera una gran crisis de fe en las funciones policiales, correccionales, carcelarias, y en los juzgados y profesionales del derecho.
        La hipertrofia de una parte de la sociedad a expensas de otra, crea desequilibrios; y estos desequilibrios, crean más desorden, violencia e inseguridad. El sistema judicial se  abarrota hasta niveles inoperables y los legisladores no interpretan las realidades. No podrán hacerlo, puesto que constantemente tratan de resolver la periferia y no el fondo esencial, que es social y no político. Se requiere entonces la contribución de la psicología para atender por lo menos a buena parte de estas realidades. ¿O es que retrocederemos y trataremos de justificar estas carencias como en los tiempos primitivos, atribuyéndoselas a posesiones demoníacas?. Hay múltiples contribuciones que las ciencias y las tecnologías pueden darnos para mejorar la convivencia. No propongo bastones, también la simpatía o las buenas actitudes pueden contribuir, pero debemos sí o sí, encontrar soluciones humanísticas para los lisiados de la convivencia.
         Se debe admitir que hay actores sociales con un metabolismo fisiológico sano, que consciente y voluntariamente hacen del crimen y del delito un medio económico de vida. Ellos son a grandes rasgos, como una primera escala; el ardid, la estafa, la trampa y las múltiples formas de robo y embaucamiento sin grandes violencias. En segunda escala, están los distintos crímenes y delitos como el tráfico de drogas, los asaltos a mano armada, los secuestros, el uso y tráfico de armas, las violaciones, etc. Ésta es una escala en la que los actores arremeten con daños físicos, emocionales y muerte, a veces, en connivencia con poderes de nuestras instituciones y sus personas. Como tercera escala está la corrupción económica y moral en las empresas y gobiernos. En esta escala se cometen los crímenes y delitos más significativos desde el punto de vista ético y moral. Asimismo, desde el punto de vista social y económico, lo cual provoca una crisis de fe en toda la población. Es la autoridad, ya sea pública o privada, la que debe dar el ejemplo. De no ser así, todo se subvierte, se confunde y la población pierde valores morales y justifica estos comportamientos, psicológicamente antisociales, frente a las actitudes de los de arriba. Es así como en los países se generan las crisis de fe. Las múltiples carencias se acentúan y los privilegios conquistados deben ser sustentados a costa de sacrificios populares. En una sociedad no del todo doblegada, esto nunca resulta gratuito y la respuesta es más inseguridad y desorden. Como último estamento, se encuentran las relaciones espurias que en muchos casos se dan a nivel mundial y/o entre países. Las tres escalas anteriores son una caricatura de lo que sus mandos hacen a este nivel. En las ciencias físicas, encontramos principios que podrían homologarse con estas cuatro escalas. Para exponerlo sintéticamente, se puede homologar al cosmos y el átomo con el mundo, el país y el individuo. De esto podríamos deducir que la base unitaria para el orden del mundo, es el ordenamiento psicológico del individuo y su posible incorporación física a través de una nanotecnología que lo haga transparente y lo espeje.



    

     Dispongo de una pluralidad de tecnologías que resuelven la problemática planteada en este Blogs pot.
     Me produce una gran crisis de fe en mis congéneres porque gran parte de las tecnologías que propongo, no causan interés. Al parecer no se advierte que estamos en el borde de un precipicio, que sólo las tecnologías humanísticas y experimentales pueden mejorar completamente nuestros problemas, y generar una sociedad y cultura por completo mejor.