CONSECUENCIAS DE LA POBREZA
SOCIOECONOMICA MUNDIAL
Hay pobreza psicológica,
espiritual y cultural en todo el mundo. Estas son las causas de la violencia,
la inseguridad y de un malestar insostenible. Cada país, las familias y cada
habitante, los sufre inexorablemente. Ello es así, tanto para pobres como para
pudientes. Las relaciones a nivel social, laboral, religioso, económico,
técnico etc., se hacen cada vez más alienadas. Hay confusión, conflicto,
intolerancia, caos y terrorismo intestino e internacional. Todo ello puede
compararse a un campo de batalla bombardeado, donde se hace muy difícil
encontrar un refugio. La vida pierde sentido y la gente trata de unirse en
entidades y organizaciones, en nombre de la ley, clases socioeconómicas la
sangre, la fe, o la geografía. Pero esto nos desune antagónicamente. Así
abundamos en nuestros males, creando más conflicto y confusión. La paz se aleja
fraccionándonos. Se han degenerado los valores. La ley, como la justicia, el orden
y las cárceles, muchas veces resultan caros, injustos, corruptos y bastardean
sus causas y su razón de ser. Los sometimientos y represiones se aplican a los
más débiles, como si los mandos, grupos de poder o presión, fueran entidades
divinas.
Si no vemos las causas de tan grave
situación, seguiremos a los tumbos. De nada valdrán más leyes o policías,
mientras las cárceles sólo sirvan como fábricas o industrias de más
delincuentes y críminales. Al contrario, es necesario deshacerse de la megalomanía
leguleya que nos aqueja y quiere hacernos ver que sólo hay malos y buenos. La
perversión quiere así sostener una tiranía sistemática, que por suerte, es a
todas luces anacrónica. Este esquema, inevitablemente ha instaurado el infierno
como una realidad que no advierte en reparos ni enmiendas. Los políticos han
perdido la razón, parecen practicar la magia negra y carecen de capacidad
científica y tecnológica para responder al reto actual. Pero no se trata de
responsabilizar solamente a quien o quienes mandan, sino a todos los
individuos, porque todos y en cada instante de la cotidianeidad, estamos
gestando esta catástrofe. Observemos que los mandos, así surjan de la violencia
y de la corrupción, resultan ser representativos. O cuando menos, consentidos, apañados,
encubiertos, tolerados, o lo que es peor elegidos por las mayorías. Si
supusiéramos como ficción, un gobierno constituido por genios, éstos igual
fallarían por la falta de correspondencia de sus gobernados. Es mi
convencimiento que los extremados desequilibrios del mundo actual, son
psicológicos. Esto se torna negativo; aún más para los ricos que para los
pobres.
Recordemos que, por principios económicos,
cuánto más posibilidades tienen los de abajo, más posibilidades tienen los de
arriba y por principios de orden y seguridad pública, cuando marginamos a
amplios sectores de la población, también los sectores de arriba se vuelven
vulnerables, indefensos e impotentes. Es por ello que aquí propongo empezar
desde abajo; porque en la vulnerabilidad se gestan la inseguridad y los
factores que restringen el bienestar público y cuando los marginados agotan sus
instancias y ven en riesgo su supervivencia, suelen apelar en su defensa a la
violencia inevitable. Lo hacen aquellos cuya moral se halla anestesiada por la
desesperación. ¿Es moralmente aceptable que un careciente deje morir de hambre
o por enfermedad a sus hijos por no poderlos alimentar o curar?. ¿Es moral
delinquir como única respuesta posible a esta situación?. Los países hacen la
guerra cuando, frente a una provocación grave, ésta es inevitable. No pretendo
hacer aquí una apología de la violencia, pero ¿no es el hambre y la miseria una
grave provocación que le hacen los gobiernos y toda la sociedad a los
marginados?. Es evidente que alguna solución hay que encontrar para resolver
esta problemática. Esa desesperación es una gravísima enfermedad social. Para
dar una respuesta a estas situaciones, es fundamental una libertad real para
trabajar. Ésta es la base para lograr un bienestar general sin eufemismos ni
mentiras. El verdadero estado y gobierno, existe y ha existido siempre; sus
mandos son y fueron siempre funcionales. Pero muchos países deben soportar
algunas mal llamadas democracias, que han creado una verborrea mentirosa, una
ilusión falaz, a la vez que un obstáculo y una superposición innecesaria al
trabajo creativo y productivo del hombre. Estas pseudo democracias, han
incorporado en gran medida, la corrupción, la trampa, la violencia y el delito
y han servido, sólo para substituir la realidad por mentiras proselitistas.
Estos son temas troncales y axiomáticos del estado, que trataré puntualmente en
el título: «El Trabajo como Gobierno Natural de los Pueblos»
Un mundo insospechado de felicidad nos
deparan las ciencias. Agradezcamos que así sea, usándolas y divulgándolas. El
cambio del mundo contemporáneo depende de ello. Millones de años han pasado y
millones de hombres humildes han observado con devoción la realidad de los
hechos. Esos hombres, con abnegación y vehemencia, nos han legado las ciencias,
que son una visión inmaculada de un futuro venturoso. Es de las ciencias que
devienen y devendrán las tecnologías, que, aplicadas con el debido sentido de
la utilidad, nos dan y darán cada día un mayor bienestar. Vivimos en este
mundo, como si lo visualizáramos sólo por las conveniencias de autosatisfacción
mezquina. En lo personal y en lo público, los pseudo buenos propósitos, muchas
veces son sólo mentiras psicológicas que substituyen la verdad. Nos interesa
más el tener, el parecer, el decir y el poder, que sentir y actuar con
autenticidad. Nos subyuga cambiar a los otros y no reparamos o advertimos lo
más íntimo de nuestro ser individual; y cuando nos damos cuenta de esta maldad,
lejos de admitirla, la negamos, justificamos o racionalizamos con más mentiras.
Pero los hechos no admiten explicaciones ni mentiras. Tampoco pueden discutirse
como el derecho, las ideas o los propósitos. Los hechos son limpia y
absolutamente como se dan. Todo puede estar sujeto a dialécticas interminables
menos los hechos, que son nuestra acción concreta y real. Si queremos cambiar
radicalmente el mundo, debemos observar nuestros actos como hechos; y más allá
de que ellos sean a nuestro juicio, buenos o malos, debemos vivirlos con
sentido artístico, científico y real. Es decir, con la mente y el corazón al
unísono. Esto evita condicionamientos y ayuda a vivir con autonomía,
consciencia, libertad y bienestar tanto psicológico como social. Pero nuestra
peor desintegración, la constituye el «racismo humanístico». Anteponemos el
género humano al resto de la creación. Esto genera violencia, inseguridad,
desorden y refleja soberbia e ignorancia. En los insectos, en las piedras, en
las bacterias o en el bosque, hay energías, vida y expresiones tanto o más
dignas. Cuando practicamos las ciencias y lo hacemos con devoción hacia ellas,
vemos la misma esencia en todas partes. Esto es así porque la verdad o lo real
no tiene hijos ni entenados. Todos componemos el mundo y todos estamos en un
proceso de colaboración unitario, recíproco e interdependiente, donde la
integración, la diversidad y la multiplicidad convergen. Es ínfima y muy
parcial la percepción de nuestra evolución a este nivel. Es por ello que
menoscabamos nuestro espacio y nuestros propios recursos físicos, humanos y
naturales. Ello no sólo provoca una mayor pobreza, sino que nos priva de la
belleza y del infinito amor expresado también en lo no humano. Sin este amor,
nuestras fuerzas interiores menguan y nos tornamos menos lúcidos. Se hace
urgente e imperioso que revisemos nuestros modos industriales, las formas de
producir bienes y servicios, generar energía y realizar instalaciones de
saneamiento entre muchas otras urgencias a atender. Todo esto se resuelve con
estrategias, tecnologías y fundamentaciones científicas que están bastante
desarrolladas. Revisar y resolver estas falencias forma parte de la solución de
nuestra seguridad y nuestro bienestar e implica un orden y una libertad
indispensables.
Las políticas sociales no pueden quedar
restringidas a meros asistencialismos, más cárceles, abogados, médicos,
manicomios o más policías y leyes. Ésta es una pobre e insuficiente visión de
la realidad y es contraproducente, puesto que con estas políticas, sólo se
atenúan las consecuencias sin resolver el problema de fondo. Con más premios, castigos y penas, producimos
resultados que se vuelven contra nosotros como un bumerang. La seguridad, el
orden público y el bienestar general, no se encuentran en los tribunales ni en
la jurisprudencia; se encuentran bien desarrollados en las ciencias sociales y
humanísticas en general y en nuestra conciencia, cuando la misma no se
encuentra degenerada en sus valores. Es por esto último, que debemos
plantearnos seriamente el trazado de una revolución psicológica. La eficacia
con que apliquemos las
diversas
ciencias y tecnologías, ya se hallan genialmente planteadas y están en
constante evolución. Sólo faltan los intereses y las motivaciones sicológicas
atinentes a resolver tanta vejación y desamparo para miles de millones de congéneres.
Para esto, las declamaciones están fuera de lugar. Por el contrario, debemos
ser silenciosos y humildes por dentro y por fuera, para poder escuchar el
mensaje incesante de las ciencias y de nuestras fuerzas afectivas, que nos
darán temple, lucidez, eficacia y valor. Actuando así, la mente se hace más
creativa. Es como morir y nacer al mismo tiempo con respuestas cada vez más
renovadas. Es que la acción, como el amor, no dan tiempo al pensamiento, que
siempre es lo viejo y sólo una parte de nuestro ser. El ser total y creativo,
surge cuando ve nítidamente la gravedad de la situación y entrega toda la mente
y el corazón. Cuando se está en un frente de batalla se debe hincar la espada.
En ese caso no hay pruritos ni prebendas. Es la respuesta adecuada al momento y
a la situación real. Un buen militar en una guerra o lucha justa, ha de tener
como fin fiel y supremo, la paz y la defensa de los suyos. De no ser así, hacer
la guerra sería sólo una aberración criminal, y su subordinación será corrupta,
cobarde, especulativa y ajena a las funciones de su trabajo. Es decir, debemos
tener una respuesta militar a cada reto. Pero para que ésta sea adecuada y
completa ha de ser única, sin ser solamente intelectual, verbal o teórica. Esa
respuesta es amor, si se puede usar este término tan degradado. Si podemos
despojarlo de tanta fealdad, entonces, podremos ver lo que significa. Cuando
uno ama realmente, lo hace con todo su ser. Debemos recordar que el amor es
algo que ha de captarse, vivirse y sentirse sin división entre lo intelectual,
lo físico o lo emocional. Necesitamos educir este amor para lograr los cambios
inevitables que estamos necesitando hasta con desesperación en todo el mundo.
Si realmente viviéramos en la gracia del amor, nos daríamos cuenta de que hemos
hecho de este mundo algo catastrófico, arbitrario, caótico y fuera de todo
sentimiento humanitario. Si fuéramos más conscientes de esto, estaríamos ya en
la acción directa que sólo el amor puede impulsar con un orden y una libertad
inusitados. En el amor, hay entrega total y una acción guiada por una
conciencia más extensa que el intelecto o el sistema nervioso. El amor genera
una conciencia superior al estado de vigilia y donde está presente el sentido
del deber y de un sacrificio que no implica esfuerzos. El amor releva a las
leyes de obligaciones externas, en satisfacción de obligaciones interiores. El
amor hace gozosos la obligación y el sacrificio. Las leyes del amor no son
confusas, no imponen ni prohiben y no pueden ser promulgadas por una autoridad
externa.
En las leyes naturales, como en la ley
del amor, no hay cambios de forma ni de fondo por veleidad alguna. Las mismas
causas determinan invariablemente los mismos efectos o fenómenos, sin
prohibición expresa, sanciones, penas o castigos. Las leyes naturales son
peligrosas cuando no las conocemos, pero al conocerlas y comprenderlas, son una
bendición. Así también lo son las leyes del amor. Las leyes espirituales y del
amor, contienen las potencias no reveladas del hombre y son la máxima promesa
psicológica a futuro. El conocimiento, es una ínfima manifestación de nuestra
mente. Vemos que hay estados individuales y colectivos de conciencia que
trascienden la mente con modos y fenómenos enigmáticos y maravillosos. Se trata
de hechos espontáneos, o producidos por inducciones externas en estado de
vigilia o de sueño. Se demuestra así que nuestro pensamiento normal es un
estado aletargado de la mente. El hipnotismo, por ejemplo, está demostrando en
algunos centros de investigación médica, que la mente tiene una conciencia más
amplia y con mayor capacidad de juicio. Allí los pacientes tienen vivencias que
muestran la existencia de estados libres del tiempo y del espacio. Asimismo,
una extraordinaria agudeza atemporal de los sentidos. Es decir, pierden el
condicionamiento limitante de las distancias y de las épocas. Puede así la
mente, ver enfermedades dentro de los cuerpos y describirlas minuciosamente.
Asimismo, sentir olores, sabores o escuchar sonidos e interpretar preguntas
desde miles de kilómetros. Son estados que algunos pueden manifestar con suma
facilidad y otros no y que distintas ramas de la ciencia psicológica están
tratando de aplicar a la salud, como un medio de mejorar los afectos y entre
otros propósitos, las relaciones de convivencia. No siempre todo esto está
ligado a la espiritualidad. La espiritualidad es la calidez y la gratitud en
las relaciones entre seres vivos, cosas o hechos; es una devoción de amor
supremo hacia todo y todos indivisiblemente. En dicho amor, se posponen las
necesidades propias a las del otro y muy especialmente a las de los desvalidos.
Son muy importantes nuestras funciones
sensoriales, pero no debemos descuidar la espiritualidad, que es el arte
psicológico que infiere la perfección de un modo tácito y gratificante a través
de la vida de relación. La espiritualidad es también el arte de la atención
hacia el otro, el cuidado, el respeto y la amistad hacia todos. Asimismo, es la
propensión a la vida espiritual de los demás. Se trata de una conducta recta,
sin maledicencias, injurias, ni sospechas infundadas. Son estados que las
ciencias investigan química, biológica, social y médicamente, para contribuir
al bienestar individual, familiar y público, que en un futuro no tan lejano nos
pondrán más allá de los sentidos muy especialmente a través de los nuevas
tecnologías que nos proveerán los nanos.
Las diversas expresiones vertidas hasta
aquí, no deben entenderse como propiciatorias de la negación de la ley, la
norma o la justicia. Todos sabemos que es necesario contener, prevenir, ordenar
y asegurarse contra los excesos y el malvivir. Pero no caben dudas en absoluto,
de que se hace imperioso y de urgencia un cambio radical en las esferas
policiales, carcelarias, judiciales y en el ejercicio profesional del derecho,
las magistraturas y su faz administrativa en general. Para ello, no se pueden
descuidar las nuevas inserciones y las trazas geográficas que se van
internacionalizando en organizaciones terroristas. Hay una universal anarquía
de escuelas, banderas y tendencias divergentes y en proceso de naufragio moral.
Mientras tanto, los delirantes y apólogos, aprovechan para vaticinar la
redención de la justicia. Nada más demencial. Las guerras bárbaras, púnicas,
arábigas, médicas, de independencia, las cruzadas, etc. y las resonantes
revoluciones y tantos belicismos de la historia, se han definido y superado.
Ninguna de ellas ha ejercido una degradación de la persona humana, como esta
indigesta y larga crisis actual. Es que la sociedad, como los pueblos, es la
suma de sus personas. Si éstas, como átomos unitarios, se degradan, sólo queda
volver al substrato; a su propia esencia. De nada sirven así las reformas o las
enmiendas de forma. Éstas sólo reclamarán la reforma de la reforma anterior,
indefinida e interminablemente. Es que la verdad no es estática, es dinámica.
Sin un cambio de fondo en el substrato psicológico, no saldremos de esta
fangosa ciénaga. Aún cuando la sociedad civil se ordenara benéficamente por una
rígida disciplina militar o carcelaria, los beneficios producidos, durarán sólo
el tiempo que dure su sometimiento. Esto demuestra claramente que una sociedad
no es más buena por la fuerza. Si lo fuera, sólo estaríamos en la vigencia de
una hipócrita y débil expresión social. Las personas, como los pueblos no son
más honrados, solidarios, trabajadores o justos, por el deber, la conveniencia,
el miedo, la obediencia o las leyes. Un ejemplo tajante de esto, lo hemos visto
y lo vemos en los países socialistas. Sus gobiernos han surgido con supuestos
buenos propósitos. Pero los pueblos, como las personas, no son naturalmente
doblegados. Una vez liberados del sometimiento, vuelven a sus propias
caracterizaciones. Al parecer, todos los regímenes basados en la imposición,
sólo logran sofocar las consecuencias y retrasar la evolución natural. El
hombre es naturalmente un ser con sentido de la enmienda y la ética. Cuando la
morada interna de los individuos se ve sometida, se ocupa de su defensa,
olvidándose del ejercicio cuerdo que se encuentra en lo más íntimo de la
esencia humana.
Toda organización social para conformar
el estado, debe aprovechar las latentes fuerzas interiores y darles la
oportunidad de expresarse. Pero hay manipulación, intereses, grupos, bandas y
plutocracia de poder e influencia, a los cuales se debe sustituir. Ellos están
en los sindicatos, en los carteles y monopolios, en los medios de comunicación,
en las religiones, en las finanzas, en los partidos políticos, etc. Cuando
estas organizaciones están manipuladas por ellos, imponen respuestas cruzadas a
la seguridad, a la libertad, al orden y bienestar públicos. Ellas están
enquistadas en los puntos neurálgicos y estratégicos de la organización social,
e inevitablemente, ponen a la vista las consecuencias y no las soluciones. Dicho
de otro modo, sus dirigentes no han de dilucidar causas ni proponer soluciones
realistas, puesto que si así fuera, quedarían en evidencia sus mentiras y
serían despojados de sus mandos. Así por ejemplo, la inseguridad y el desorden
son una consecuencia de la falta de bienestar, pero los dirigentes con
intereses creados, si bien proclaman el bienestar, no lo propiciarán, porque
son malos pero no estúpidos. Si exponen las causas, expondrán sus propias
culpas y mentiras. Si implementan soluciones, atentarán contra sus propios
privilegios. Pero se muestran solícitos
y diligentes en la solución de las consecuencias. Culpan por las causas de
ellas a delincuentes, inadaptados, pobres e incultos que ellos y casi toda la sociedad
perversamente generan.
Las estadísticas, exponen nítidamente que los
males tienen más presencia allí donde atentan contra el poder de los intereses
económicos y culturales estatuidos. Es el caso de la violencia familiar, el
sexo, la manipulación religiosa, la egolatría, la codicia, la difamación etc.,
que son modos psicológicos de gran raigambre popular y cultural, y tienen
consecuencias funestas y obstaculizan el imperio del amor. Jesús, por ser
profeta del amor, fue condenado a la crucifixión por el pueblo; por la chusma,
no por autoridad o juez. Prueba esto que los mandos son representativos.
Mientras la pobreza íntima persista, los mandos la representarán. Si suponemos
que Dios existe y con todo su poder y sabiduría, ocupara los mandos y se dejara
llevar por las normas de la representatividad, desempeñaría un pésimo gobierno.
Si entendemos esto, entenderemos la raíz de todos los problemas. Nuestra
cultura y nuestro habitante medio, cuestiona a la policía, los privilegios y el
poder. ¿Pero está limpio de esos males íntimos para ser mejor, o sólo le falta
la oportunidad para ser peor?. Hay una partitura de invocación a Dios creada
por los judíos, también usada por los cristianos: «El Padre Nuestro». Tiene la
capacidad de expresar mucho en pocas palabras. Dice entre otras cosas pidiéndole
a Dios: «perdona nuestros pecados, líbranos de la tentación y del mal». Concibe
a Dios como un ser superior, capaz de perdonar, admite nuestra labilidad y la
existencia del mal. Cuanta totalidad inmensurable encierran estas pocas
palabras. Ahora nosotros, ¿estamos capacitados para auto perdonarnos y perdonar
a los demás?. ¿Admitimos que hay mal en lo más íntimo de nuestro ser?. ¿Estamos
capacitados para sentir, pensar y actuar rectamente frente al poder sin
corrompernos?. ¿O es que sólo nos está faltando la oportunidad para ser aún
peores?. Si cada uno de nosotros no tiene una respuesta positiva a estas
preguntas, es que somos culpables de este infierno terrenal. Entonces,
deberemos admitir que el desorden, la inseguridad y el malestar general, se acentuarán
día a día, si no revisamos nuestra acción psicológicamente. ¿Esto no es lo que
en psicología se llama masoquismo colectivo?. Debemos admitir que esto es así y
advenir a un sinceramiento con nuestro propio mundo interior, que es básico
para cambiar. Sólo lograremos superar nuestras taras, cuando las reconozcamos.
Es decir, cuando nos permitamos conocernos por dentro, limpiamente,
observándonos en cada acto, en cada instante de nuestra vida. Así lograremos
evolucionar y superar las trabas, la mezquindad, la envidia, la codicia y las
múltiples mentiras psicológicas. Esta actitud, es una verdadera modalidad
científica que permite, en forma objetiva, un análisis dialéctico constante del
pensar y sentir en la vida real. Pero siempre nos idealizamos y justificamos.
Es decir nos evadimos y tapamos nuestra verdad, con psicologías mentirosas. Si
usamos nuestro ser y nuestro vivir, como si se tratara de un laboratorio con su
aparatología de indagación científica, y observamos nuestras reacciones,
reflejos y condicionamientos, nos equiparemos de un pertrechaje fenomenal para
conocernos y conocer a los demás. Y asimismo, comprender el mundo, sus
culturas, límites y posibilidades. Si persistimos en este análisis, adviene una
conciencia superior, una libertad y una carga energética revolucionaria. Así
superaremos las contradicciones, las confusiones, las mentiras
psicológicas, los conflictos y nacerá el
sentido artístico. Por lo tanto, ya no sólo estaremos asistidos por el análisis
y la actitud científica, si no que también deviene nuestro sentir. Recordemos
que arte es expresar lo que se siente y ciencia es ver los hechos tal cual se
dan. Cuando repasamos la historia, vemos que el arte siempre se anticipa, como
intuyendo los adelantos científicos que vendrán. La vida, en esta convergencia,
adquiere una dinámica que podría definirse como un estado de felicidad
interior, que no hemos de lograr con fama, dinero o favores. Lo debemos
conquistar individualmente, para que, sin proponérnoslo, lo traslademos al
bienestar general. Las consecuencias serán una seguridad y un orden público
auténticamente soberanos, que podría llamarse cogobierno y autogestión en
libertad. Nace así el liberalismo puro, que si bien se frustró y vastardeó, es
una colaboración inteligente que vemos en otras dimensiones no humanas de la
creación, sólo cuando vamos conociéndonos a nosotros mismos. Es entonces cuando
queremos y admitimos a los demás tal cual son y podemos comprenderlos sin
manipular su libertad y sin juzgarlos ni rotularlos. De esta manera surge el
verdadero amor al unísono con el todo y dejamos de separar, rotular, premiar o
castigar. Creo que, como dicen algunos profetas y filósofos y algunas
religiones, es así como entramos al «nirvana» de los orientales y nos
realizamos completamente, o ganamos el «reino de los cielos» de los cristianos.
De lo que sí estoy seguro, es de que son condiciones innatas y preexistentes a
la naturaleza humana y sólo debemos liberarlas. Ellas, en la actualidad, están
substituidas y adormecidas por una suerte de personajes psicológicos mentirosos
y fantasías que la misma mente fue estratificando en falsos árbitros, que la
usurpan y nos manipulan haciéndonos creer que eso es lo que somos. Estos
personajes psicológicos, en mucho se parecen a los que usurpan el poder en las
falsas democracias. Es más, en la naturaleza toda no existe poder, sistema, ni
centro de mandos que surjan de una elección regida por la mera cantidad
numérica. La física, la biología, la geología, no están ni pueden estar regidas
por elecciones. El reino animal, vegetal y mineral, en sus procesos metabólicos
de organización y de relación, no se imponen por la cantidad de votos. En
nuestras pseudo democracias, falseamos y usurpamos el carácter funcional de
nuestra sociedad y lo sustituimos por las mentiras y el ego. Queremos, con
ostentaciones de suficiencia y erudición, desnaturalizar los auténticos mandos,
de la misma manera en que lo hacen los personajes que usurpan nuestras mentes.
Los mandos democráticos nos mentirán que «hacen tal cosa para los niños»,
«porque todos los niños son buenos y representan el futuro». Se trata de una
exposición excusativa e impía, que pretende usar como pretexto la misericordia
popular, escondiéndose en asistencialismos corruptos. Pero debo decir aquí que es mentira que los niños sean
buenos por el sólo hecho de ser inofensivas criaturas. Ellos son la
continuación genética y cultural de los grandes. Los padres y sus mentiras
psicológicas, los encajan en una matriz indestructible que sella toda
posibilidad de cambio. Por rígidos principios educativos, disciplinarios, de
enunciación, imitación y autoritarismos mentirosos, la cultura vieja perpetúa
la violencia, la inseguridad y toda fealdad en los niños. Así también, invocan
a los obreros y a los pobres. Es mentira que son más buenos por ser
trabajadores o menesterosos. Pero son usados como un instrumento que les
permite perpetuar mentiras. Si las democracias no limitaran la libertad para
trabajar, no habría razón para que existan los pobres; y entonces, los trabajadores
no tendrían de qué ser compadecidos.
Hay consenso y convencimiento general,
en cuanto a que los problemas más acuciantes de la actualidad, se deben a la
falta de trabajo y que siendo éste un bien escaso, es imposible hacerlo abundar
para todos. ¿Pueden hacerse estas afirmaciones tan alejadas de la verdad?. ¿No
está esto indicando que ante semejante problemática socioeconómica mundial, no
nos hemos detenido siquiera a investigar sus causas y soluciones?.
Evidentemente es una gran mentira que el trabajo sea un bien escaso. Todo lo
contrario, el trabajo es el bien más abundante. Lo es tanto, cuanto más
necesidades y pobreza hay. Todo lo que consumimos y necesitamos se obtiene con
trabajo. Y son tantas las necesidades de muy amplios sectores de la población
mundial (como viviendas, vestido, alimentos, medicamentos etc.), que todo es
trabajo por hacer. Cuando el hombre cubre sus necesidades básicas, pasa a
aspirar a las medias y luego a las suntuarias y siempre seguirá atiborrándose
de necesidades, porque esa es su naturaleza. Sólo las podrá satisfacer
trabajando el doble, el triple, o cien veces más. Es decir que donde ahora hay
un millón de trabajadores, tendremos que poner 2, 3 ó 100 millones. Seguro que
para cubrir tantas aspiraciones loables y de codicia del hombre de hoy, toda la
población económicamente activa del mundo no alcanzaría. Pero ello no implica
que debamos vivir para trabajar, ni que rompamos el equilibrio de nuestras
fuerzas sonsamente. Se trata de que lo hagamos estratégicamente y con el apoyo
de las ciencias y las tecnologías. Éstas nos permiten producir muchísimo más,
en menor tiempo y con menor esfuerzo humano. El pleno empleo, a excepción de en
los últimos siglos, ha existido siempre. Antiguamente no solamente existía el
pleno empleo sino que se trabajaba de sol a sol sin que con ello se pudiera
lograr el bienestar general. Aún cuando debemos reconocer que en los tiempos de
la esclavitud, el amo se preocupaba del bienestar de sus esclavos, aunque no a
fin de que vivan mejor, sino porque un esclavo mal comido, con mal albergue,
mal vestido o enfermo no rendía en su trabajo. Vemos y hemos visto países con
pleno empleo, socialistas o no, en los que, sin embargo, el nivel de vida de
sus pueblos no es bueno. Esto nos indica que si bien debemos trabajar más,
también debemos tratar que el trabajo resulte más grato y productivo para
todos. Dicho de otro modo, no sólo debemos aumentar la producción, sino hacerlo
con ingente productividad y sin sadomasoquismos. Gran parte de la pobreza
moral, material y espiritual, tiene que ver con la falta de libertad para
trabajar. Asimismo, con los bajos ingresos y la falta de bienestar en los
medios laborales. Para lograr una gran productividad hay que aplicar
tecnologías empíricas, científicas y/o aquellas que surgen de las ciencias humanísticas. Muchas veces, éstas logran
también bienestar, productividad porque restan esfuerzos, rompen el tedio y
generan autogestión. Las ciencias humanísticas, indirectamente y a veces sin
proponérselo, generan una altísima productividad. En algunos casos han llegado
a superar los aumentos que producen buenos equipos y maquinarias y en otros
casos, a aumentar la productividad de los mejores adelantos en equipos y
maquinarias. Se logró así bajar drásticamente las inversiones en bienes de
capital con un ámbito laboral gratificante. Hubo casos en que industrias con
exiguos medios, pero con buenos pertrechos psicológicos, han logrado calidades
y productividades superiores a las de empresas de vanguardia con tecnologías y
equipamientos de punta. Estos conceptos son igualmente válidos, tanto para la
producción agropecuaria, minera, industrial, a nivel familia y para empresas de
todo tamaño. La implantación tecnológica es un tema amplio para este espacio,
pero no es complejo ni difícil. Las tecnologías sobre materiales y
equipamientos para la alta productividad, son, en general, específicos, y en
constante revisión y mejora. Las tecnologías humanísticas son menos puntuales y
requieren de ajustes y seguimientos delicados, como lo son todos los vínculos y
complementaciones humanas. Por suerte, abundan profesionales de todo nivel y
especialidad para estos propósitos.
El desorden y la inseguridad pública
tiene más que ver con las distintas pobrezas psicológicas, que con la necesidad
de promulgar más leyes represoras. Para lograr seguridad y orden, primero hay
que establecer el bienestar. Esto implica prevenir y evitar las inexorables
consecuencias. Estudios y estadísticas de distintas ramas de las Naciones
Unidas, explican como se gestan en la marginalidad los ingredientes para el
desorden y la inseguridad. Se expone allí que el SIDA infantil, la
desnutrición, la incultura y tantos otros males, están generados por toda la
sociedad a través de la marginalidad y sus carencias. No deben cargarse todas
las culpas a la pobreza socioeconómica, porque ésta es sólo una consecuencia de
la pobreza psicológica. En los actuales sistemas pseudo democráticos, toda
sociedad elige a sus propios opresores cuando vota; y cuando compra, elige a la
dirigencia empresaria (que es muchas veces tanto o más corrupta y dilapidadora
de las riquezas delegadas). Ninguna de estas dirigencias, al igual que los
sindicatos y religiones, investiga, estudia o ejecuta lo adecuado para evitar
las causas de la pobreza en masa. Tan así es que ellos son ajenos al bienestar.
Muchos de ellos dicen, falsificando la verdad, ser liberales, mientras todo su
accionar sirve para trabar la libertad del trabajo. En todo caso, se tratará
sólo del llamado «neoliberalismo». Se olvidan que el auténtico liberalismo no
admite adulteraciones. Si fueran realmente liberales se ocuparían de instaurar
un mercado de consumidores con mayor capacidad de compra. Sólo así la
industria, el campo, los servicios, los cuentapropistas y hasta los marginados
pueden desarrollarse. Sólo así los estados y sus dirigentes pueden enriquecerse
sin necesidad de mentir, manipular o robar. Para los padres del liberalismo,
son la libertad y el consumidor los que priman. Esto es válido para las
personas, los países y el mercado interno y externo. Las bases y los principios
del auténtico liberalismo, responden al pensamiento más lúcido que hasta ahora
se conoce y son válidos para mejorar la justicia, superar la pobreza y operar
con libertad y ecuanimidad los objetivos económicos y políticos. Pero hay
muchos falsos liberales que operan el trabajo y el consumo con dirigismos. Esto
es gravísimo, porque se priva a los pueblos de su libertad y el mercado pierde
transparencia, lo cual es mucho más grave cuando se aplican al mercado de los
más empobrecidos. La libertad del trabajo debe ser inmaculada. Siempre que se
desnaturaliza el liberalismo, se termina en «curanderismos políticos y
económicos». Ésta es una magia negra con la que estos políticos y economistas
hechiceros, manipulan a la sociedad. Lo más sorprendente, es que los mentirosos
que las imponen, son distinguidos profesionales, con masters y postgrados en
los países crecidos. Si al menos tuvieran sentido común, enmendarían sus
«rituales» y dejarían de provocar tantos perjuicios. Queda demostrado así, que
la actual educación, a nivel mundial, aplica una ideología que miente para
crear privilegios. De esta manera sólo sirve al antiliberalismo y a los grupos
de poder económico a través de los monopolios. Esto hace que la mayoría de los
países no sean soberanos. Están sometidos y dominados por las ambiciones del
poder y del tener. Estas dos aspiraciones son las que hacen perder las
condiciones que requiere el bienestar general de la sociedad. El tener, como el
poder, son alienantes cuando se los busca y se los conserva como fin único y
excluyente. La persecución del
tener
y del poder, por si solos, aumenta las divisiones y alienta el crimen, la
mentira y la violencia entre las clases sociales.
No he visto manuales o ensayos que
traten la economía que ha de hacer ricos a los pobres. En cambio, las librerías
están llenas de literatura económica para los plutócratas. Cualquier analfabeto
con sentido común nos dirá que la economía para extirpar la pobreza es lo
prioritario para hacer más ricos a los pobres. Tal vez incluso sepa ese
analfabeto, que hacer esto implicará seguramente, beneficiar más a los
opulentos que a los menesterosos. El bienestar público debe ser,
indiferenciadamente, para todos. El desarrollo socioeconómico y cultural, para
que sea sostenible en el tiempo, debe empezar desde los sectores más pobres de
la sociedad. Es decir, desde abajo. Sólo así será moralmente aceptable fomentar
las condenas más aleccionadoras al malvivir y sólo así una justicia más severa
tendrá su razón de ser. El actual asistencialismo social ha perdido su razón de
ser original y está perdiendo sus valores sociales. Asimismo, ha perdido su
carácter eventual y sirve para recrear la corrupción y el robo. Grandes
sectores de la población empobrecida están perdiendo su dignidad y la cultura
del trabajo. Las instituciones internacionales de ayuda, han creado un ejército
de agencias y consultorías, que llegan a gastar más de la mitad de los
capitales antes de que estos lleguen a los damnificados. Así el asistencialismo
se recrea entre las burocracias intestinas y externas, para que entre los
robos, las coimas y los negociados, se diluyan presupuestos y partidas.
Mientras tanto, la pobreza extrema aumenta, generando desmanes, violencia,
desbandes, inseguridad y desorden. Por otra parte, es un concepto universal que
cuanto más pobre es un país, más le cuesta y menos puede hacer asistencia
social. Así también es válido observar que cuando menos se trabaja, más bajos
son los salarios y peores son las condiciones laborales. Cuando más pobreza
socioeconómica existe, el único modo de extraerla de raíz y para siempre, es
libertar el trabajo y aprovechar todos los recursos físicos disponibles. Esta
es la ley fundamental e infalible para generar abundancia y bienestar. En toda
la historia no se ha puesto en práctica esta libertad. El trabajo está y estuvo
siempre sujeto a condicionamientos estructurales, rígidos y antinaturales. Si
se establece la libertad para trabajar, se podrán superar los beneficios del
mejor de los adelantos que la humanidad haya conquistado. Esta simple verdad
puede librarnos de la miseria, de los humillantes asistencialismos y crear una
abundante sinergia, funcional y psicológica, para una sociedad y un mundo por
completo diferentes, donde la seguridad y el orden sean su consecuencia
natural.
Actualmente, los dos tercios de la
población mundial son socioeconómicamente pobres. Esto lleva a la
insatisfacción de aspiraciones macroeconómicas, sociales y psicológicas puesto
que esas grandes mayorías, no sólo no contribuyen a la riqueza general sino que
son cargas y gravámenes. Por el contrario, vencer el pauperismo liberando el
trabajo, implica volcar esa gran fuerza a producir riqueza y bienestar general.
Si por un lado esa fuerza es, según estadísticas, mayor a la mitad de las
fuerzas productivas actuales, incorporarla a la producción implicaría duplicar
en poco tiempo el PIB de un país; y más aún, si por otro lado, se reduce a casi
cero el asistencialismo indigno. Si agregamos ingredientes de productividad a
los resultados anteriores, el aumento del PIB podrá ser exponencial. Para que
así sea, debo recordar que el capitalismo sin sentido de lo social, no es
liberal, es neoliberal y se disfraza de liberal con múltiples denominaciones y
psicologías mentirosas.
Están quedando sin resolver, temas que
están más allá de la libertad o el liberalismo. La inseguridad, la violencia y
el desorden, no necesariamente son productos exclusivos de la pobreza
socioeconómica. Hay una pluralidad de otros tipos de pobreza que se manifiestan
en todos los acerbos culturales, sociales y económicos de la humanidad. La
inmoralidad, lábil a la tentación frente a las circunstancias de la vida, sus
necesidades y vicios, aparece en la historia recurrentemente en todas las
clases sociales. Hay violencia entre sexos y edades. Abunda el mal trato hacia
mujeres, ancianos, niños y enfermos. Todo esto también ocurre en medios
económicamente acomodados y que la sociedad supone cultos. Generalmente los
poderosos saben esconder su intimidad y sus neurosis flageladoras con geniales
y creíbles mentiras. Así vemos que en la actualidad, hay líderes, empresarios,
políticos y funcionarios aberrantes, morbosos y cruelmente codiciosos. No son
todos así, es justo que lo acote, pero deben ser más de los que salen a la luz,
puesto que sus altas posiciones e influencia los encubren sistemáticamente. No
se trata necesariamente de personas de abolengo. También ocurre con los nuevos
ricos que han ganado su dinero como producto del seudo arte, los negocios, el
deporte, o con los trepadores políticos, sindicalistas, profesionales,
estafadores etc.. Estos nuevos ricos suelen provenir de orígenes extremadamente
humildes. Casi todos, invariablemente, olvidan a los de su condición. Rápidamente
ostentan privilegios inmorales y los usan para cubrir morbos personales y
antisociales. Estos comentarios no pretenden ser contestatarios. Simplemente lo
que quiero advertir, es que en el ánimo de plantear modos de extraer la peor
vergüenza que azota al mundo (la pobreza socioeconómica y psicológica), quizás
olvidé estas pobrezas morales y culturales, y cuando éstas se manifiestan en
los que mandan y educan, son un mal ejemplo, una mentira y una justificación
para el desorden y la inseguridad pública. Nuestra actual cultura y nuestra
psicología, podrían representarse teatralmente con tres personajes: la mujer,
el marido y sus hijos, que representan al pueblo. La mujer es educadora y
madre. Como educadora los deforma y como madre los hace corruptos y miedosos.
Entre los múltiples argumentos de la obra teatral, escucharíamos decir: Hijos
míos, «si hacen lo que les digo, les compro un chocolate» (corrupción); o, «si
no hacen lo que les digo, van a ver lo que les pasará cuando venga papá»
(miedo). Papá es el orden y el castigo; el poder establecido. Es decir, él no
educa ni sobreprotege. Se autoprotege haciendo lo que más le conviene y simula
con consejos y sometimiento, ser un buen padre del pueblo. Nuestra actual
educación, confunde positivismo normativo, indicativo y disciplinario, con la
insoslayable necesidad de una formación capaz de vivir crítica y creativamente
en sociedad. Ello anula toda posibilidad soberana y desordena el orden natural
del pensamiento, del sentimiento y de la acción. Así, nuestros comportamientos
no son propios. No sabemos a quien pertenecen. Tampoco en qué medida somos
instrumentos útiles a nuestros enemigos. Surge así la confusión y no sabemos
cuál debe ser nuestra conducta de vida; ya sea íntima, familiar o social. Hay
una permanente contradicción entre pensar, sentir y hacer. Esto es un desorden
de conducta. El orden mental, que no es sólo intelectual, emana de nosotros
mismos cuando integramos la mente con el corazón.. Esto es posible cuando
aprendemos a vivir la vida como una totalidad. Para ello es fundamental ayudar
a los educandos a conocerse y analizar su vida y conducta cotidiana. No se
trata de incorporar más valores. Se trata de que el educando conozca los que
tiene y se le ayude a comprender por qué los tiene y si su conducta y
aspiraciones coinciden con ellos. Asimismo, si sus valores se expresan franca y
sinceramente en su vida de relación, o si por el contrario, se ocultan con
simulaciones y explicaciones excusativas. Esto implica conocernos, esclarecer
lo que somos y comprenderlo de un modo científico. Es decir, observar
humildemente los hechos, como lo hacen todas las ciencias. Así veríamos que
también la educación puede contribuir de un modo lúcido y no autoritario, al
orden en libertad, al bienestar, y a la seguridad. Las ciencias devienen del
amor por la verdad y derrotan toda superstición. No siempre son la verdad
eterna, por el contrario están en constante perfeccionamiento. Es por eso que,
más importante que ser científico, es vivir científicamente. Es por eso también,
que debemos ver más objetivamente la rígida estructura que sostiene el
malestar, la pobreza, el desorden y la inseguridad. Todo esto inevitablemente,
genera una gran crisis de fe en las funciones policiales, correccionales,
carcelarias, y en los juzgados y profesionales del derecho.
La hipertrofia de una parte de la
sociedad a expensas de otra, crea desequilibrios; y estos desequilibrios, crean
más desorden, violencia e inseguridad. El sistema judicial se abarrota hasta niveles inoperables y los
legisladores no interpretan las realidades. No podrán hacerlo, puesto que
constantemente tratan de resolver la periferia y no el fondo esencial, que es
social y no político. Se requiere entonces la contribución de la psicología
para atender por lo menos a buena parte de estas realidades. ¿O es que
retrocederemos y trataremos de justificar estas carencias como en los tiempos
primitivos, atribuyéndoselas a posesiones demoníacas?. Hay múltiples
contribuciones que las ciencias y las tecnologías pueden darnos para mejorar la
convivencia. No propongo bastones, también la simpatía o las buenas actitudes
pueden contribuir, pero debemos sí o sí, encontrar soluciones humanísticas para
los lisiados de la convivencia.
Se debe admitir que hay actores sociales
con un metabolismo fisiológico sano, que consciente y voluntariamente hacen del
crimen y del delito un medio económico de vida. Ellos son a grandes rasgos,
como una primera escala; el ardid, la estafa, la trampa y las múltiples formas
de robo y embaucamiento sin grandes violencias. En segunda escala, están los
distintos crímenes y delitos como el tráfico de drogas, los asaltos a mano
armada, los secuestros, el uso y tráfico de armas, las violaciones, etc. Ésta
es una escala en la que los actores arremeten con daños físicos, emocionales y
muerte, a veces, en connivencia con poderes de nuestras instituciones y sus
personas. Como tercera escala está la corrupción económica y moral en las
empresas y gobiernos. En esta escala se cometen los crímenes y delitos más
significativos desde el punto de vista ético y moral. Asimismo, desde el punto
de vista social y económico, lo cual provoca una crisis de fe en toda la
población. Es la autoridad, ya sea pública o privada, la que debe dar el
ejemplo. De no ser así, todo se subvierte, se confunde y la población pierde
valores morales y justifica estos comportamientos, psicológicamente
antisociales, frente a las actitudes de los de arriba. Es así como en los
países se generan las crisis de fe. Las múltiples carencias se acentúan y los
privilegios conquistados deben ser sustentados a costa de sacrificios
populares. En una sociedad no del todo doblegada, esto nunca resulta gratuito y
la respuesta es más inseguridad y desorden. Como último estamento, se
encuentran las relaciones espurias que en muchos casos se dan a nivel mundial
y/o entre países. Las tres escalas anteriores son una caricatura de lo que sus
mandos hacen a este nivel. En las ciencias físicas, encontramos principios que
podrían homologarse con estas cuatro escalas. Para exponerlo sintéticamente, se
puede homologar al cosmos y el átomo con el mundo, el país y el individuo. De
esto podríamos deducir que la base unitaria para el orden del mundo, es el
ordenamiento psicológico del individuo y su posible incorporación física a
través de una nanotecnología que lo haga transparente y lo espeje.
Dispongo de una pluralidad de tecnologías
que resuelven la problemática planteada en este Blogs pot.
Me produce una gran crisis de fe en mis
congéneres porque gran parte de las tecnologías que propongo, no causan
interés. Al parecer no se advierte que estamos en el borde de un precipicio,
que sólo las tecnologías humanísticas y experimentales pueden mejorar
completamente nuestros problemas, y generar una sociedad y cultura por completo
mejor.